Fotografía:
Cecilia
Lapachos rosados, Rosario (Argentina)
Los que saben de estas cosas cuentan que, hace más de mil años, los guaraníes iniciaron una larga migración hacia el sur desde el corazón de las selvas sudamericanas, quizás desde la meseta del Mato Grosso, donde se separan las aguas que se encauzan hacia el norte, hacia las selvas amazónicas, y las que descienden hacia el sur, a la cuenca del Plata; o quizás desde más al Norte todavía. Pero dejemos hablar a los guaraníes ...
Para el que no conoce el lapacho más que en su misión, su principal cualidad es la resistencia y la dureza de su madera que no se pudre.
Y sin embargo no hay cosa más tierna que el lapacho, cuando se lo va a encontrar entre los montes misioneros. Es un árbol esbelto, femenino en su talle. De hojas suaves y luminosas, que el viento mueve casi sacándoles un gesto humano. Su copa se abre allá arriba como un rostro sobre un tronco sin desperdicio y sin espinas.
Y en septiembre, el lapacho es una niña quinceañera. Antes de recuperar sus hojas, se viste todo de rosado en un reventón de flores que regala en abundancia, embelleciendo la geografía que lo acoge. Es el centinela de los montes, que descubre antes que los demás la llegada de la primavera. Lo que el Jacarandá es en azul, el lapacho lo es en sonrojo. El invierno lo despoja de sus hojas pero antes de volver a vestirlo, la primavera le regala toda su ternura que sólo la selva virginal puede entregar a sus criaturas.
Es un árbol que crece lento. No tiene apuros. Sabe esperar en la fidelidad de sus ciclos, viviéndolos uno a uno con intensidad, tanto en sus desnudeces invernales como en sus derroches de vida. Su madera se va haciendo lentamente por eso logra ser tan resistente. No necesita ser descortezado como el quebracho su resistencia le llega hasta la piel. Cuando se entrega, se entrega entero.
Cuando los antiguos misioneros jesuitas construían sus iglesias monumentales, iban a los montes y arrancaban los lapachos con sus raíces enteras, transportándolos con su terrón de tierra colorada adherida a ellas. Y así los volvían a plantar en el suelo, constituyéndolos en columnas que sostendrán toda la estructura del edificio. Las paredes eran de esa misma tierra colorada apisonada en un encofrado de madera que luego se retiraba. Toda la resistencia del edificio, que aguantó siglos, se fiaba a las columnas. Por supuesto para esta misión había que despojarlo de sus ramas. Pero eso le sucede a todo árbol que tiene que cumplir una misión distinta a la de ser simplemente planta. En San Ignacio Guazú y en muchos otros lugares de tierra guaraní, donde estuvieran antiguas y hermosas iglesias, hoy solo quedan en pie parte de esos troncos de “taye”, trozos de columna aún clavadas junto a su montículo de tierra colorada que constituían las paredes. Su madera no se pudre. Poco a poco va saltando en astillas que regresan a la tierra madre, uniéndosela humus fértil que alimenta la vida nueva que nace a sus pies.
Alerta vigía de septiembre,
Ternura de fiesta quinceañera,
Se estrella el invierno entre sus flores
Cubriendo de rosa las veredas.
fuente:
http://rescatando-mi-cultura-guaran.blogspot.com/
fotografía tomada de la web
ruinas de San Ignacio, Misiones, Argentina
Patrimonio de la Humanidad, declarado por la Unesco en 1984
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Ya había entrado en Google desde el primer momento en que conocí la palabra lapacho y no sabía encontrarle forma. Es una de las maravillas que pone a nuestro alcance esta época. Ya vi la belleza del árbol de tu Rosario y después lo he completado con esta foto que nos muestras y la rica explicación. Gracias Cecilia. Disfruta de ellos, de tu ciudad y de tí misma. Un beso
ResponderEliminarComo me gustaría, si regrasara a la tierra, convertirme en lapacho. Aún ahora, por todas las cualidades que enumeras en tu artículo, ya me gustaría ser madera de lapacho.
ResponderEliminarComo siempre, todo un placer. Muchos besos.
Antonio, una de las maravillas que pone a nuestro alcance esta época, dices. Si, es lo que nos permite hacer que el mundo sea mucho más pequeño de lo que creíamos, pero también, y me parece fundamental .. nos hace saber que es un poco más grande que nuestro propio ombligo.
ResponderEliminarGracias por compartir mi pedacito en el mundo, gracias por permitirme conocer el tuyo !
Un beso.
No me extraña leer lo que dices Ana.
ResponderEliminarLo que he conocido de ti a través de tus letras ya me habían presentado a una mujer así .. ahora tú lo confirmas, un árbol femenino, y lo fundamental, su esencia.
Ser madera, resistente hasta la piel.
Gracias por tu visita !
que, además ha resultado inspiradora ..
algo estoy escribiendo.
Un beso.
te acorDàs del priMer reGalo de primaVera ?
ResponderEliminarhttp://www.arteyfotografia.com.ar/5202/fotos/126594/
conél inauGuramoS el grupo treeBol
besossss
Cecilia, gracias por darme a conocer tus árboles, tan distintos a los míos ahora en invierno, desnudos, acá en Castilla. Tan sólo los olivares mantienen su verdor y dan su fruto ahora en Dicimbre-Enero.
ResponderEliminarHermosa la historia de esos lapachos rosados, su gran belleza, sus flores... Qué bien lo describes, es como si los estuviera viendo esbeltos y lucientes. Tiene que ser una gran experiencia contemplarlos al vivo.
Como siempre una delicia leerte, Cecilia. Besos
Siempre te dije que me gusta tu manera de comunicar, visual y verbalmente.
ResponderEliminarHermosa entrada Ceci,
un beso.
Cómo no recordarlo Maby !
ResponderEliminarun hermoso lapacho rosado los primeros días de primavera, allá por .. 2008, jej
còmo pasa el tiempo, no ?
gracias otra vez !
besos.
Julie, los fanáticos de los árboles eran Beatriz, Maby, Antonio .. parece que me han contagiado, jej
ResponderEliminarEsta no es zona de olivares, si lo es Cuyo, la región pegadita a la cordillera. Me parecen àrboles hermosos y nobles.
También sé de la faena de recoger los frutos, allí en tu región, por una amiga madrileña.. bueno no, ella es de un pueblo al sur de Madrid y compartíamos vivencias ..
Gracias por estar siempre amiga. Besos.
Gracias Myriam, un beso.
ResponderEliminarHay Cecilia,¡qué foto!..cerca de mi casa tengo un
ResponderEliminarboulevar y está cercado de Jacarandás. asi que me doy una idea..porque uno cree que a un árbol
lo determina su nombre:lapacho suena masculino y uno debería darse cuenta en su copa el color femenino del lapacho...y tengo una fotito por ahi de la casa de mi abuela, abrigada con la sombra de un gran lapacho..¡la publicaré!..saludos ceci y buen año.
si ! publicala, me encantará verla
ResponderEliminarY, ese boulevard bordeado de Jacarandás debe ser una maravilla, acá también hay ..
tengo fotos ! jej
tengo de los "increibles" palo-borrachos, ceibos .. etc
Vos sos una de las enamoradas de los árboles, Maby también. Y Antonio ! sus aguaribays son famosos.
Bueno, que es un tema .. bello y noble.
Gracias ! buen año Beatriz. Ojalá.
aunque .. está caldeadito el ambiente, no ?
pregunto, porque prefiero sacar fotos a ver el tele.
Que bonito que hagas homenajes a los lapachos y nos los des a conocer Cecilia.
ResponderEliminarVisitar tu blog aparte de ser agradable resulta enriquecedor.
Un fuerte abrazo mi amiga!!
Un abrazo fuerte Julia, y gracias por visitarme !
ResponderEliminarSi te ha gustado conocerlos, me siento feliz amiga.
Besos.