Fotografía: http://www.flickr.com/photos/a-tabla---/2958226485/sizes/o/in/set-72157619643492039/
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La Moneda de Hierro
Aquí está la moneda de hierro. Interroguemos
las dos contrarias caras que serán la respuesta
de la terca demanda que nadie no se ha hecho:
¿Por qué precisa un hombre que una mujer lo quiera?
Miremos. En el orbe superior se entretejan el
firmamento cuádruple que sostiene el diluvio
y las inalterables estrellas planetarias.
Adán, el joven padre, y el joven Paraíso.
La tarde y la mañana. Dios en cada criatura.
La tarde y la mañana. Dios en cada criatura.
En ese laberinto puro está tu reflejo.
Arrojemos de nuevo la moneda de hierro que
es también un espejo magnífico. Su reverso
es nadie y nada y sombra y ceguera. Eso eres.
De hierro las dos caras labran un solo eco.
Tus manos y tu lengua son testigos infieles.
Dios es el inasible centro de la sortija.
No exalta ni condena. Obra mejor: olvida.
Maculado de infamia ¿por qué no han de quererte?
En la sombra del otro buscamos nuestra sombra;
en el cristal del otro, nuestro cristal recíproco.
Jorge Luis Borges
Borges, los Espacios Geográficos y los Espacios Literarios.
Con un manejo inusual de las palabras, la obra borgiana impulsó una renovación del lenguaje narrativo, resaltando la índole ficticia del texto y amalgamando fuentes y culturas de índole diversa (europeas y orientales, vanguardistas y clásicas) a través de la parodia y la ironía. Sus textos surgen de otros textos previos, y suponen una estrecha familiaridad con ellos. Las tramas se superponen a otras tramas, cada párrafo es la variación de otra escritura o lectura previas. Es difícil no descubrir algunas de sus claves; es casi imposible descrifrarlas todas. Su escritura rescata ideas y preguntas que atraviesan el pensamiento occidental desde sus remotos orígenes y las reformula, legándolas a la posteridad. No intenta seriamente solucionar las contradicciones; prefiere resaltarlas, reordenándolas en paradojas, a las que envuelve una y otra vez con diferente ropaje.
Abunda en referencias inexistentes disimuladas entre un fárrago de citas eruditas. Hay frases copiadas traviesamente de obras ajenas, guiños al iniciado, a sus amistades y a sí mismo. Sus mejores cuentos acumulan múltiples significados, ordenados en capas que se tornan alternativamente transparentes u opacas según el punto de vista. El lector vislumbra un reflejo aquí y otro allá, de acuerdo a su experiencia y a sus circunstancias; la comprensión completa, sin embargo, nos está vedada. El único privilegiado es el tramoyista, el que visualiza el universo cifrado, el que urdió la trama, ubicado en el centro del laberinto, reflejado y multiplicado en sus propias palabras: el mismísimo Jorge Luis Borges.
Abunda en referencias inexistentes disimuladas entre un fárrago de citas eruditas. Hay frases copiadas traviesamente de obras ajenas, guiños al iniciado, a sus amistades y a sí mismo. Sus mejores cuentos acumulan múltiples significados, ordenados en capas que se tornan alternativamente transparentes u opacas según el punto de vista. El lector vislumbra un reflejo aquí y otro allá, de acuerdo a su experiencia y a sus circunstancias; la comprensión completa, sin embargo, nos está vedada. El único privilegiado es el tramoyista, el que visualiza el universo cifrado, el que urdió la trama, ubicado en el centro del laberinto, reflejado y multiplicado en sus propias palabras: el mismísimo Jorge Luis Borges.
En Fervor de Buenos Aires (1923) y Luna de enfrente (1925) recrea los significados convencionales de símbolos habituales en la poesía, tales como la rosa, el sur y los campos, enfatizando el color local y la inmediatez mediante detalles minúsculos y, en apariencia intrascendentes, opuestos a los conceptos generalizadores. Carlos Fuentes destaca “el lugar protagónico que otorga a figuras que antes eran decorados, no personajes: el espejo y al laberinto, al jardín y al libro, los tiempos y los espacios”. Ese protagonismo no es otorgado de manera caprichosa; por el contrario, propone la revelación de relaciones hasta ese momento insospechadas.
A medida que madura su estilo, los nuevos atributos y significados se tornan comprensibles sólo en el contexto integral de su obra. Un ejemplo de ello es la moneda como objeto simbólico. Además de las asociaciones convencionales (que por cierto existen, como por ejemplo, con Judas Iscariote: “La moneda cayó en mi hueca mano./ No pude soportarla”), Borges destaca su significado geográfico. Una moneda no es ya una pieza metálica que sirve de medida común para el intercambio de bienes y servicios; ahora representa un lugar, un tiempo, un “acto irrevocable” que se agrega “a la historia del planeta”. Una moneda de veinte centavos es el Zahir (sólo en Buenos Aires; en Persia será un astrolabio; en Mahdí, una brújula; en Guzerat, un tigre; nótese que las diferencias locales y temporales refuerzan la dimensión geográfica del objeto). Es el “símbolo de las monedas que sin fin resplandecen en la historia y en la fábula”. Escudado en Platón y sus formas ideales, afirma que “toda moneda permite estas ilustres connotaciones”, sin perjuicio de las nuevas que él mismo agrega.
Cuando comenta que Galland “trajo de Estambul una paciente colección de monedas”, indica que el arabista francés portaba la prueba la existencia del Oriente remoto que describirá a través de su traducción de las 1001 Noches. (Al mismo tiempo, el adjetivo elegido nos previene que Oriente no era como Galland lo describiría). En otro cuento, nueve monedas (testimonio tangible de un tiempo y un espacio que existen en la realidad) darán vida a un sofisma, una paradoja y un escándalo en una región imaginaria.
A medida que madura su estilo, los nuevos atributos y significados se tornan comprensibles sólo en el contexto integral de su obra. Un ejemplo de ello es la moneda como objeto simbólico. Además de las asociaciones convencionales (que por cierto existen, como por ejemplo, con Judas Iscariote: “La moneda cayó en mi hueca mano./ No pude soportarla”), Borges destaca su significado geográfico. Una moneda no es ya una pieza metálica que sirve de medida común para el intercambio de bienes y servicios; ahora representa un lugar, un tiempo, un “acto irrevocable” que se agrega “a la historia del planeta”. Una moneda de veinte centavos es el Zahir (sólo en Buenos Aires; en Persia será un astrolabio; en Mahdí, una brújula; en Guzerat, un tigre; nótese que las diferencias locales y temporales refuerzan la dimensión geográfica del objeto). Es el “símbolo de las monedas que sin fin resplandecen en la historia y en la fábula”. Escudado en Platón y sus formas ideales, afirma que “toda moneda permite estas ilustres connotaciones”, sin perjuicio de las nuevas que él mismo agrega.
Cuando comenta que Galland “trajo de Estambul una paciente colección de monedas”, indica que el arabista francés portaba la prueba la existencia del Oriente remoto que describirá a través de su traducción de las 1001 Noches. (Al mismo tiempo, el adjetivo elegido nos previene que Oriente no era como Galland lo describiría). En otro cuento, nueve monedas (testimonio tangible de un tiempo y un espacio que existen en la realidad) darán vida a un sofisma, una paradoja y un escándalo en una región imaginaria.
Material extraído de: Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales "Scripta Nova", Universidad de Barcelona. Vol. VII, núm.145, 15 julio 2003.-
QUE PREGUNTA ! LA QUE NADIE NO SE HA HECHO
ResponderEliminarSALUDOS PARA VOS CE, SIEMPRE ES AGRADABLE VISITARTE.
Hola Rob !! gracias por pasar..
ResponderEliminarmucha suerte para mañana !!! no, no es solo suerte .. laburaste mucho, che !!
un besote.